lunes, 25 de febrero de 2013

La llegada

Clara llegó. En una esquela anotó que no se llega cuando finaliza el viaje sino cuando comienzan otros, tras el desembarco. Al adiós no le faltaron llantos pero hoy la memoria es luz del porvenir.
Los viajes de Clara comienzan como colorido de paleta de pintor. Primero parecieron pocos, primarios. Y un blanco. Y un negro. Uno en cada rincón.
La sed demandó nacimientos y los nuevos colores fueron ocupando las vacíos. A ritmo de pincel la vida de Clara viajó por los recorridos soñados y, en cada "allí", se sembró y se regó.
La pequeña sigue viajando. Cuenta que viaja a visitarse y a tirar unas gotas sobre sus sueños paridos. Deja siempre un bolsillo roto y de cuando en cuando, como con el nacimiento de los colores, la tierra, sedienta, tironea.

El adiós

Clara, la olvidada, hizo el último movimiento de manos para saludar al vagón del fondo, y el tren se fue.
Una cosa es subirse al vagón y tener todo listo: los sueños, los "bártulos" y esas "macanas" que se necesitan para viajar. Otra es soltar amarras. Con la cuerda suelta, cerro el tiempo de pequeñas-grandes muertes que a veces tuvieron abrazo y otras se diluyeron sin más dato que el llanto y la tristeza.
Le digo a Clara lo que canta Pedro:
"Forzaste quizá demasiado los lazos/ pensando que en eso consiste el amor"
Y la pequeña, esperanzada, rompe en llanto, cierra los ojos y dice ¡Adiós!