jueves, 8 de agosto de 2013

Apuntes de tierra partida

Un papel poblado de silencios. Un silencio aturdido por preguntas. Una pregunta que taladra y no calla. Calla. La que calla es mi mano, que no encuentra papel ni silencio para retomar la escritura. Esa búsqueda constante que no logra hacer emerger decires en ningún rincón, ensordece.
No logro descifrar si la inquietud me viene por el encierro en hora de atardecer, por un simple tiempo de sequía o por la ansiedad a la que me expone otro día más de búsqueda sin lograr que el grafito llene el papel.
Cuando nada sale, ellxs hablan:
Yupanqui: "No me dejes partir, viejo algarrobo... hay un río profundo que me llama"
Pizarnik: "Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla"

miércoles, 1 de mayo de 2013

Aniversario autobiográfico

Hace un año crucé una frontera dejando atrás búsquedas que ya había dejado y canciones que en mi habían perdido entonación, aunque tercamente la habían seguido buscando.
Desde entonces, hasta hoy, fueron callándose ruidos que me mareaban y naciendo sinfonías que me acobijaban. 
Fue en otoño que lo hoja "muriente" abrigaba la esperanza de los meses por venir. Mientras ella caía, los nacidos dijeron de todo: que se lo imaginaban, que se alegraban, que se asustaban, que confiaban, que... que... Y no faltó quien dijo que me condenaría y se condenarían conmigo los chicos que Dios me había confiado. ¡Anacrónico juicio!
Condenado, y condenándome, la vida me tiene a puro encanto en este pueblo, mi Wirikuta, en tierra de abuelos, en suelo sagrado y en amor profundo.
También hoy es otoño.
Belli: "El árbol ha domado mi propio calendario. El ciclo de otros atardeceres"
Detrás de cada hoja barrida, ya veo las nuevas. Laura, cerca o lejos, hace primaveras.

jueves, 11 de abril de 2013

Hikurí


Hikurí suena bellamente cuando es gritado entre montañas que, en eco, repiten y repiten, como trayendo voz de ancestros.

Un poco más al norte, donde América del sur y América del norte pivotean, el Hikurí es la cactácea que se ofrece en el rito sagrado de los huicholes y marca la renovación cosmológica del ciclo de la vida.
Un ciclo ya se ha ido y madrugo cada día con renovada esperanza en la semilla.
Hikurí será tu nombre, pequeña compañera de andares. Llegaste apenas decidí vivir en la tierra de mis abuelos y de mis padres, en ese lugar donde, cuando niño, andar en bici no tenía límites ni horario.
Llegaste, detalle más, detalle menos, igualita a esa bici donde aprendía a rodar (quiero decir: vivir)
Llegaste. Ofrenda. Hikurí, llegaste.

Tatewarí


En las proximidades de Tepic, al oeste de México, celebran la vida y los tiempos por venir los huicholes, de la comunidad Wixarrica. 

Quienes más tiempo celebran son los ancianos. Los vivos en carne y hueso y los vivos en corazón. Tatewarí es el abuelo fuego, el más abuelo de los abuelos, deidad que es calor y es luz.
Año a año, los huicholes peregrinan al lugar sagrado. El abuelo fuego tiene la misión de acompañarlos al Wirikuta y ser guía para esos pasos orantes.
Yo te bautizo Tatewarí, en el nombre de todos los que llegan al pueblo y de los hijos que nacerán con su relato. Llegaste para hacer rodar en tu falta a todas las personas que vienen a conocer el lugar sagrado que, de sol a sol, me abraza, me besa y cuenta-canta su canción.

martes, 12 de marzo de 2013

El mielero

Recorre el pueblo cada día con la barba abandonada y los pies sobre el pedal.
-Es un viejo amigo mío -cuenta mi abuelo, mientras golpea fuerte el vidrio para detenerlo.
José Luis me cuenta que la cosecha anduvo medio pobre, que no ha llovido casi nada y que cada próxima gota recuerda el adiós al tiempo de lluvias. Las abejas, desconcertadas, buscan flor y encuentran poco.
-Unos aviones sobrevuelan la zona y hacen unos inventos para alejar la tormenta. Quieren dejarnos sin agua y hacernos partir.
No hay certeza de que lo logren. A José Luis lo entristece que haya gente que sea así.
-Pero ando bien. Fui siempre pobre y un año más lo volveré a ser. Ando bien amigo, ando bien.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Cosas de abuelo

Al final del viaje la vida se va encogiendo y se resume en unos pocos relatos.
-¿Te conté la historia de...?
No más de veinte son las historias que cuenta mi abuelo, y algún que otro cuento que lo hace reír. El resto es silencio y un "adiós" desde la vereda a cada vecino. Entretanto, se entretiene pintando los colores que un día vio.
Paso horas de mi vida arreglando la casa e imagino que le interesa verla linda. Mira todo pero observa sólo los rincones que habita: el vidrio de la ventana, la vereda, el cerco y algún agujerito por donde entra el chiflete que lo tiene con abrigo.
Dicen por ahí que los viejos necesitan sólo un puñado. A ese puñado lo necesitan mucho.

lunes, 25 de febrero de 2013

La llegada

Clara llegó. En una esquela anotó que no se llega cuando finaliza el viaje sino cuando comienzan otros, tras el desembarco. Al adiós no le faltaron llantos pero hoy la memoria es luz del porvenir.
Los viajes de Clara comienzan como colorido de paleta de pintor. Primero parecieron pocos, primarios. Y un blanco. Y un negro. Uno en cada rincón.
La sed demandó nacimientos y los nuevos colores fueron ocupando las vacíos. A ritmo de pincel la vida de Clara viajó por los recorridos soñados y, en cada "allí", se sembró y se regó.
La pequeña sigue viajando. Cuenta que viaja a visitarse y a tirar unas gotas sobre sus sueños paridos. Deja siempre un bolsillo roto y de cuando en cuando, como con el nacimiento de los colores, la tierra, sedienta, tironea.

El adiós

Clara, la olvidada, hizo el último movimiento de manos para saludar al vagón del fondo, y el tren se fue.
Una cosa es subirse al vagón y tener todo listo: los sueños, los "bártulos" y esas "macanas" que se necesitan para viajar. Otra es soltar amarras. Con la cuerda suelta, cerro el tiempo de pequeñas-grandes muertes que a veces tuvieron abrazo y otras se diluyeron sin más dato que el llanto y la tristeza.
Le digo a Clara lo que canta Pedro:
"Forzaste quizá demasiado los lazos/ pensando que en eso consiste el amor"
Y la pequeña, esperanzada, rompe en llanto, cierra los ojos y dice ¡Adiós!

lunes, 28 de enero de 2013

Cruce peatonal


Hormigúmanos sobre ruedas rezan al dios desconocido para que mantenga el puntito verde que da paso a su libertad. Como los espermatozoides algunos pasan y otros quedan fuera. Fuera. Fuera los dejó esa maldita decisión de un par de astros electrónicos que se casaron para engendrar una redonda luz amarilla, color disparador del discernimiento para ejercer presión sobre el pedal derecho o el del medio.
Opción A ¡y qué me importa! ¡Que se corran si no les gusta! Los justificadores cerebrales argumentan sin demorar:
–Estoy apurado…
–La próxima freno pero ahora…
–Si freno es peor porque voy a quedar al medio…
–Si freno de golpe me besan de atrás…
Opción B porque papá me reta:
–Siempre alguna cámara anda vigilando…
–Las multas están caras…
–Y si piso a uno…
…y el peso de la ley recae sobre el pedal haciendo chillar las pastillas hasta detener el videogame que estaba jugando.

Hormigúmanos sin ruedas rezan a un dios tan desconocido como el otro para que convierta en verde aquella luz roja que mantiene su calzado amarrado al suelo en un irrenunciable instinto de conservar la naturaleza.
De todos los hormigúmanos doña Clemencia y su bastón o el mundo desecha a los viejos, sobresale. No pierde mirada al poste amarillo y verde porque sabe que milésima de retraso la expondrá a la muerte. Habilitado el paso comenzó la carrera cuya meta es para unos llegar al punto de partida de los que intentan llegar al lugar de largada de los primeros… y con ello el entrecruzamiento de hormigúmanos que se atraen y se repelen tanto como los imanes juegan con sus polaridades.
El mundo desecha a los viejos avanza a paso firme pero lentamente, en la máxima velocidad permitida por su aparato óseo casi papel.
–Vieja de mierda, ¿por qué no se corre? Se hubiera quedado en la casa sin venir a joder. –dijo traje negro corbata amarilla, escondido en ese disfraz que lo hace creer importante, caminar apurado y despreciar a todo peor vestido transeúnte.
Hormigúmanos cariñosos o de la mano hasta el final pisaban la recostada cebra en el mismo sentido. Poco le importaba doña Clemencia a quien ignoraron inmersos en la enamorada aventura que los contenía.
Sobre el otro andarivel avanzó la noventa y siete centímetros pelo largo o trenzas de chilindrina arrastrando su recién comprada mochila con ruedas, entusiasmada como nene que pasea su perro recién traído, por la plaza del barrio. Trenzas de chilindrina se abría paso con aquel "hijito" a cuestas, zamarreándolo de un lado a otro mientras los demás, en un malabarístico intento de no pisarlos, los esquivaban como podían.
La ignorada tragedia comenzó cuando buzo azul y raya roja o madre de familia queriendo volver a casa recibió un leve roce del hijo de la noventa y siete centímetros pelo largo, en una de las cuatro bolsas de compras que cargaba con su mano derecha. Roce que, sin embargo no llegó a percibir ni madre de familia queriendo volver a casa, ni trenzas de chilindrina, ni traje negro corbata amarilla cuyas circunvoluciones cerebrales permanecían ocupadas en los próximos futuros negocios y, para ser sincero, ninguno de todos los otros que aquí no he nombrado por el simple hecho de que poco combustible le queda en este momento a mi lanzaminas. Roce, venía diciendo, cuya consecuencia percibió, en cambio, la tercera pierna de doña clemencia y en efecto la estabilidad de el mundo desecha a los viejos que silenciosamente quedó desparramada sobre la recostada cebra de la que había que huir al menos una milésima antes de la transmutación de verde a rojo de un lado y de rojo a verde del otro.
Aquellas milésimas dieron origen a la presión sobre el izquierdo pedal y al despertar de los crujientes leones escondidos dentro de los hormigúmanos sobre ruedas, ansiosos de viajar hacia la próxima presa, intentando no ser amarrados cien metros después por ese maldito collar electrónico rojo.
El caso es que dado el permiso los leones de la primera fila lanzaron a correr a excepción de uno que llegó a percibir que sobre la cebra ahora ausente de hormigúmanos no había sólo papeles de alfajores tirados sino también un palo de madera, un gastado monedero, un montón de trapos viejos y… viejos son los trapos…una mujer sin nombre y sin historia, ahí tiradita... ¡y a otra cosa!

PD: Si algo falta al relato es la irrepetible puteada que ligó el detenido hormigumano sobre ruedas, un escuálido y arrugado flaco de sesentilargos años… porque es un boludo… el tarado no se corre… ¡qué pelotudo, me va a tocar rojo de nuevo!… si no sabe manejar quítenle el carné… habría que matar a todos los que no arrancan y… la concha de la lora, qué mal orto que tengo, me tendría que haber puesto en otra fila, siempre a mi…viejo pelotudo, para qué se baja del auto.