domingo, 29 de julio de 2012

Piedra de infancia

A mi infancia caminante

Las voces que claman me trajeron al exacto lugar donde hace un tiempo estuve. Estoy sentado en la misma piedra donde mi cuerpo de chico estuvo y me pregunto si mis renglones hablarán de ausencias o de presencias.
Me parece increíble tener tan grabadas las imágenes del día en que vine. Cada pisada de paisaje y cada sonido del río salió al encuentro de mi memoria con tanta claridad como salen al encuentro de la memoria de mi abuelo las historias de más lejos, las historias de infancia.

Te hablaré, infancia, te hablaré:
-Sos aquí la gran ausente y la más presente. Te busco en la piedra, te busco en el río, te busco en el sol. Te busco en esos niños que juegan frente a mi, como aquel día en el que el que jugaba era yo. Te busco.
¿Te habrás ido en la piedra, con la última crecida? ¿Te habrás ido en el agua, tras la última sequía? ¿Te habrás ido en el sol para cuidar esa, la piel que me abriga? ¿O tal vez te fuiste en los niños, que poco saben de futuro -o mucho- como sabías tú?
Te busco y no te encuentro, y sin saber cómo, me late la certeza de tu presencia abrazadora, abrasadora.
Un zorzal. Se acaba de posar un zorzal a poco más de un metro. Y canta.
Ahora otro, del otro lado, a casi la misma distancia pero más alto. Justo donde trepabas a buscar peperina aquel día. 
De un lado del río un zorzal. Y en la otra orilla del mismo río el otro zorzal, también cantando. ¿Estarás en el zorzal? ¿Estarás en el canto? 
Empiezo a cantar.
Mi canto es tosco. Más tosco que mi trazo. Pero canto... canto... canto...

"Vete de nuevo hasta el arroyo, 
donde esta tu mejor canto. 
Busca tu raíz
  y dale la caricia a la que siempre espera
la única manera de hacerla que vuelva
a ofrecerte frutos hasta en el invierno" (A.B)

Canto. Volviste en los niños, en la piedra y en el río. ¿Volverás a mi cama cuando se acueste el sol? ¿Sos el zorzal en altura o el otro? ¿Y yo cual soy? ¿Somos ambos, los dos?
Canto. Sigo cantando...

"La otra orilla del mismo río
y en ella acaso lo que quisimos...
a dos orillas el mismo sueño,
que sólo busca la libertad" (T.P)

miércoles, 25 de julio de 2012

Renacen los abuelos/2

¿Curiosidad ante el siempre nombrado rincón del mundo? ¿Unión de eslabón en tensión? ¿Genealogía de filósofo? Clara y su maleta vuelan, haciendo caso al imán.
El abuelo Lito, como tantos hoy abuelos, había partido hacia Argentina mientras el siglo se asomaba y España se secaba. Con un par de bártulos y la certeza de estar económicamente un poco menos peor, subió al barco y casi nunca más volvió.
Lito traía sus pisadas por Valencia en cada ronda familiar. Los relatos se contaban como transfusión de sangre y Clara los abrazaba mientras prometía volver.
Bártulos van, bártulos vienen y así un día ella apareció donde él amamantó.
-Al llegar mi corazón latía sintiendo, latía sonriendo, latía agradeciendo. La transfusión había sido tan exitosa que logré percibir olores y sabores familiares que estaban desde siempre. ¡Los abuelos renacían!
Con lágrima en sus ojos, con lágrima en los míos, Clara cuenta que sólo dos cosas estaban como antes: el pozo y el reloj.
-Una fuente y un tiempo, para volver a nutrir el camino.
No hay tiempo sin agua y el pozo lo sabe: refleja en su espejo "más de cien pupilas donde vernos vivos" El reloj gira, incasable como conejillo de indias frente al queso, siendo testigo de los ojos que el pozo reverdeció.
Clara tiene ojos verdes. ¿Tendrá algo que ver el abuelo, en todo esto? ¿O fue el pozo? ¿O fue el tiempo?

martes, 24 de julio de 2012

La casa fóbica

Por error le hizo ventanas y por acierto nunca las abrió. Los muros de piedra y ladrillo traspasan los tres metros y la casa, fóbica de los olores, colores y sueños del pueblo, parece trasplantada. Fóbica del cerro que en cada amanecer abraza al pueblo, que en cada atardecer se vuelve luz y hace brillar los quebrachos colorados para que duerman, con el último calor, en su falda.
Fobia en muros, fobia en ventanas que espaldan a ese dios de gigante roca, energía de pobladores y atracción de caminantes y fobia de ser vista.
El frente brilla pero nunca veo a nadie. Brillan los vidrios espejo, sin contar ni un cuento del interior. La vereda es puro abandono y el gran patio, que no se ve, también. Lo miro desde la ventana y caen mis lágrimas. Mansión sin verde, mansión sin flor. Mansión sin árbol ni canción. ¿Qué hace aquí la malnacida mansión, foránea en este cuerpo-pueblo, pariendo ajenía?
Casa y pueblo se llevan como perro y gato. ¿Cómo se lleva quien la habita, con los nacidos aquí? ¿A quién teme la única persona que vive adentro? ¿Quién encierra a quien, en esta triste historia?

domingo, 22 de julio de 2012

Terapia de tierra movida

De las terapias de este siglo, andar en bici y remover la tierra me enamoran y sanan. Pero como a los sueños olvidados, había encajonado este acto de fe en palpar la tierra y hacerla desgranarse en mis manos.
Mientras ella va y viene, encontrando lugar, la tierra me recuerda el motín de sueños y los cortasueños en combate. Los cortasueños mantienen la esperanza de gobierno y hablan de migas pasadas, sin recordar siquiera la tesis central de Hansel y Gretel.
Clara, encabezando el motín, dedica tiempo y canto para hacerme soñar:
-Los que te aman no están en las migas sino en el embarazo. Aunque hijos de los días pasados, los sueños se sueñan con quienes te abrazan hacia un nuevo amanecer. El embrión quiere al pozo por el agua que el dio e ignora la miga que por miedo al futuro habría podido dejar.
La tierra movida movida está. El terrón se ha desperdigado y el cantero se alista para quien quiera sembrar.

¿Calor de envión?

¿Calor de envión? ¿Color de escoba nueva? ¿Olor de árbol enamorado, sentado en estación de tren un 20 de septiembre, esperando ver llegar en el primer vagón, en la tercera ventanilla, a su amada primavera? ¿O es quizá el momento exacto donde gritan sorpresa mientras nace el festejo de cumpleaños sin aviso?
Me pellizco hasta el pezón para preguntarle a mi piel si toda esa gente me saludó en la vereda del pueblo. ¿Qué le anda pasando a los transeuntes de estos pagos, que saludan al pasar? ¿Qué bicho les picó para darse ese lujo en estos tiempos de auricular y hormigúmanos en cruce peatonal?
Dígame usted, pellizcón de pezón, si es sólo encanto de envión este abrazo en voz, este asombro de pueblo chico, este saludo de vereda del último que pasó. Dígame usted, pellizcón de pezón.

martes, 17 de julio de 2012

Los sueños paridos

Tras el motín, los acallados sueños se empiezan a soñar y los olvidados esperan resurrección para ser el sueño más soñado. Clara desempolva la cajita de sueños y volviendo a la niñez los zamarrea como a su viejo sonajero. La cajita-sonajero va dando las notas con que los sueños quieren ser soñados. Clara marca el ritmo y lo acompasa a su corazón.
Adentro de la cajita los sueños van y vienen:
Los sueños ansiosos intentan quedarse cerca de la tapa, para ser soñados primeros.
Los sueños remolones no se despegan de la base y, mal que les pese, permanecerán en el olvido.
Tampoco encontrarán oxígeno los sueños aburridos, los sueños prolijos, los sueños que condenan y los sueños que encarcelan.
Los sueños pasionales, en cambio, intentan amarse con otros y reproducirse, para ser soñados cada noche. Los paridos de esos sueños dan la nota, marcan el ritmo y logran que Clara vuelva a cantar y bailar.

lunes, 16 de julio de 2012

Renacen los abuelos

Es del 22 y es más lo que calla que lo que dice. Pero con tanto paso recorrido dice más el que calla que el que dice.
-Me fui a Buenos Aires. Hablé con tal y tal. Faltaba un papel y tuve que volver. En ese tiempo ir a Bueno Aires era todo un acontecimiento. Finalmente Elsita y yo conseguimos el crédito del hipotecario e hicimos la casa.
Elsita murió hace veinte años, cuando yo era niño y pisaba estos suelos para verla y para ver al señor del 22. Viajar a la casa de los abuelos era viajar a jugar.
Julio del 2012 y yo con 32. Oscar ya cruzó los noventa y la abuela tendría ochenta y siete. Los abuelos están por todas partes. Pinto las rejas y en ellas los veo dibujados. Lustro los pisos y en ellos los veo brillar. Cocino y oigo aquel llamado de la abuela para almorzar. Y escucho el silbido tanguero del abuelo cada vez que recorro la vereda.
Mientras el abuelo atardece, la casa me abraza. Me abraza él y me abraza ella. Mi sangre fluye llena del presente y llena de mi infancia por estos pagos. ¡Es tiempo de callar! ¡Es tiempo de jugar!