martes, 31 de mayo de 2011

La bici antigua

Es de 1938. Una inglesa original, decía el abuelo. En un mercado no tan globalizado decir traída de Inglaterra era certificado de calidad y ensanchaba el porte de quien esas palabras pronunciaba. Tal vez no era garantía, pero lo parecía.
La bici antigua luego llegó a casa para ser "la bici de mamá", pero nunca la vi a mamá pedaleando.
Automáticamente pasaba a ser "la bici de papá", que algunas mañanas nos llevaba a pasear a los cuatro hermanos.
Nos amontonábamos cual colectivo urbano de atardecer. Meli en la parrilla, yo en el manubrio, Seba en el caño y Martín en los hombros.
No recuerdo la velocidad
No recuerdo lo que comentábamos
No recuerdo la mirada de los transeúntes
ni el dolor de las ruedas con todos encima
pero veo, como tatuaje, la sonrisa de la travesía
la picardía de lo exótico
la sensación del abrazo
y la carita de mamá, en la vereda, contemplándonos.
Y ese tatuaje cuenta infancia mientras cuenta futuro... a ritmo de la canción de Teresa... "Mi canoa va... por el río va..."

lunes, 30 de mayo de 2011

Predestinabas

(Andares a pedal 11)


La culpa de todo tal vez la tuvo la bici cinzia. Pasada la tensión del aprendizaje sobre rueditas sucedía el desafío: hacer una nueva pirueta, ganarle al propio tiempo en la vuelta a la manzana, frenar de golpe y escuchar cómo la cubierta patina, dedicar horas de la infancia a romperla sin querer y otras, de la misma infancia, a repararla sin saber.
La nuestra, compartida con mis hermanos era rodado dieciséis y se plegaba al medio. Toda plateada y asiento simil cuero. La hacíamos ir por todos lados y la amontonábamos en el baúl de la renoleta para no extrañarla en los viajes.
La pequeña marcaba el destino... con la bici a todos lados, evitando extrañanzas.

viernes, 27 de mayo de 2011

Sorprendías


(Andares a pedal 10)

Caminaba Santi por Achával Rodríguez y un ángel lo detuvo.
-Hola amigo. Pasaba por acá y reconocí tu bicicleta. Se me ocurrió dejarte este papelito a modo de abrazo mientras sigo viaje. Te quiero mucho. Santi.
Cuando salí de la facu pensé que un folleto de los que enganchan en los autos visitaban mi vehículo. Pero no. Era Santi y su simpleza. Era Santi y sus rincones-ternura.

Frenabas




(Andares a pedal 9)

-Perdoname. A ese perrito lo envié yo, dijo Juli al enterarse que de regreso a casa me habían mordido el pié.
Juli no quería alegrarse pero sí quería que frene un poco el ritmo y confíe menos en mis fuerzas sin límites. Días atrás le había confesado que no soportaba la presión de una cosa detrás de otra, porque preocupado por el futuro, no disfrutaba el presente.
Sé que Juli no tuvo nada que ver con el perrito... pero entre ella, la bici él, un imaginario círculo de complicidad, me llevaron a frenar y me rescataron del abismo a donde me dirigía sin frenesí.

domingo, 15 de mayo de 2011

Encielabas


(Andares a pedal 8)
Sole dice que Analía dice que los amigos nos encielan, nos comparten un rincón de su cielo, de esa belleza interminable que nunca nos cansamos de mirar. Como hacen los amigos del corazón, ella, la bici, es “encieladora” durante las siestas domingueras.
Salimos juntos y dejamos en la ciudad ese que parecemos ser, esa personita hiperconectada y acelerada por el frenesí. Ese inmediato respondedor de mensajes queda guardadito por unas horas, y se asoma un ritmo nuevo, de rutina pedaleante, rumbo al lugar sin tiempo y al andar sin destino fijado. Y ahí vamos, ella y yo, encielados, despertándonos, contagiándonos, enamorándonos... abrazando... como dice la canción, “un pedacito de planeta que... ¡no pudieron robarnos!”

Trasladabas


Así sea a la esquina para comprar un poco de pan, salíamos con mis hermanos en la bicicleta. Ella tenía un encanto capaz de sostener ese absurdo. Para ir cerca o lejos, las dos ruedas se convirtieron en compañeras de compras. Confieso que mi memorioso rincón del corazón conserva el desafío de hacer que la intemperie del manubrio, los caños y la parrilla, alojen bolsas de arena, frutas, pan, palas, valijas, bidones de combustible y mucho más.
Lo peor de todo siempre fueron las bolsas de supermercado, que se empecinaban en abrazar los rayos y la cubierta.
Poco a poco trasladar cosas en bici se torna un desafío y casi una adicción. Me di cuenta de eso recién el día que me fui hacia el centro llevando diez kilómetros una bici con una mano, mientras pedaleaba sobre la otra. Nos miraron las subidas, nos miró el tránsito, nos miró el colectivero y la doña que estaba en la verdulería:
-¿Qué hace? ¿Qué hace?