domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 3, 4 y despedida

Aquellas palabras…
Perdónalos porque no saben lo que hacen…



Tal vez las palabras de misericordia más grandes fueron pronunciadas un viernes. Jesús ya no tenía fuerzas, pocas respiraciones le quedaban en esta vida que tanto amaba. Mucho le había costado aceptar el pedido de Dios de caminar hacia la cruz. Parecía que ya había dado todo en la vida, que había amado sin límites hasta que, de su sufriente corazón, de su amante corazón, salieron aquellas inesperadas palabras: Perdónalos porque no saben lo que hacen… Déjenme indagar a los testigos: ¿para quién ese grito…?

¿…para ustedes soldados?


Las palabras. Aquellas palabras. Ya lo he confesado. Eran para mi y para los otros soldados. Estoy seguro. Eran para nosotros que sorteábamos la túnica sin acordarnos de que no importaban las cosas de Jesús sino Jesús mismo.
Eran para mi que no me había animado a dejar la espada y seguirle aquella noche que todo se movía dentro mío. Eran para mí que no me animé a dar un paso atrás cuando estaba junto con Pilatos. Lo decía por mí mientras recordaba que había puesto el clavo en su mano.
Sí, para mí. No lo dudo. Yo no sabía lo que hacía.

¿…o tal vez para ustedes apóstoles?


El que no sabía lo que hacía era yo. Estuve tres años con Él. Recuerdo cuando pasó por la orilla del mar y me dijo “Sígueme”. ¡Con qué prontitud le había seguido! Después le había visto hacer milagros, le había escuchado con gusto cuando hablaba. Había incluso prometido que nunca en la vida lo negaría. ¡Cómo me reprendió aquella tarde! Hoy me da la impresión de que veía el momento que juraba no conocerle. Sí, las palabras eran para mí. Qué valiente me creía. Creí ser más fuerte. Mucho más de lo que era. Creí incluso que había de serlo aquel que Él eligiera. Eran para mi y… también fueron para los demás apóstoles. Llegamos a ser muy amigos. A veces teníamos discusiones pero nos queríamos mucho. Estábamos seguros de que íbamos a estar unidos para toda la vida. Jesús nos hablaba de las dificultades pero creíamos poder pasarlas. Un día nos dijo que uno de nosotros lo traicionaríamos. ¿Uno de nosotros? Se equivocaba. Nosotros estábamos siempre con Él, ¡cómo íbamos a traicionarle!
Aquellas palabras, sí, aquel perdónalos porque no saben lo que hacen, fueron escuchadas por todos nosotros como un susurro de fondo. No las escuchamos juntos porque estábamos dispersos. Poco tiempo después cuando volvimos a juntarnos conté que había escuchado esas palabras y ellos me dijeron que también las habían sentido.
Sí. Jesús se había equivocado. No lo traicionó uno de nosotros. Lo traicionamos todos. Nos dispersamos. Tuvimos miedo. Un terrible miedo que nos hizo olvidar nuestra promesa. Allá estaba Santiago en una punta, Judas en otra, Andrés, Bartolomé y los otros quien sabe donde, y yo, Pedro, escapándome y negando.
Lo traicionamos todos menos uno. Juan, el más pequeño de nosotros. Era el momento más importante de la historia. Yo no lo sabía. Los apóstoles no lo sabían. Tal vez nadie lo sabía. Pensándolo bien sí, Juan y María. El resto cruzamos el acto de amor más grande de Dios escapándonos y negando… sorteando túnicas…

¿…no habrá sido para ustedes que gritaron crucifíquenle?

Alguien comentó un día que en masa uno no siempre piensa lo que dice. Es el problema de actuar en masa. Algunos de nosotros habíamos estado comiendo los panes que Él multiplicó aquella tarde. Otros de los que estaban allí habían sido por Él curados. Incluso casi todos los que gritamos estábamos el domingo pasado moviendo los ramos de olivos, gritando “bendito el que viene en nombre del Señor”. Nos hacemos cargo. Jesús nos gritó a cada uno de nosotros. Jesús gritó, y en el horizonte seguía viendo el momento en que todos dijimos crucifíquenlo.
¡Tan entusiasmados estábamos el domingo pasado! Poco duran los entusiasmos para los hombres masa. Viene luego otro que hace una propuesta distinta y todos le seguimos olvidando la anterior. Fuimos masa. Somos masa. El no saben lo que hacen fue para nosotros. Porque los hombres-masa no pensamos, hacemos lo que hace la mayoría. Tal vez ninguno de nosotros quería matarle. Solo unos pocos fariseos. Nosotros seguimos gritando como gritaban todos. No pensamos y le matamos. ¡Que responsabilidad esto de vivir! El segundo que no piensas y que no amas terminas matando. Cuánto mal hicimos los que nos dejamos arrastrar, los que dejamos la vida pasar. Hasta matamos a Jesús.
Era el momento más importante de la historia. Yo no lo sabía. Los otros que gritaron tampoco lo sabían. Tal vez nadie lo sabía. Pensándolo bien sí. Entre toda la gente estaba una mujer que no gritó. La recuerdo como si fuera ahora. En medio de nuestros gritos bajó la cabeza mientras su rostro se desfiguraba. Sufría como una madre. Tal vez lo era. Yo no la conocía, sólo me dijeron su nombre: María. El resto cruzamos el acto de amor más grande de Dios masificándonos y gritando… sorteando túnicas…

¿O a nosotros? ¿Será que Jesús desde la cruz nos veía a los que vivimos en el mundo de hoy como sorteando túnicas, preocupados por las cosas pero no por Él?


Un hombre llegó llorando a una cabina telefónica. Otro entraba por detrás. Al encargado del local le pidieron que por favor marcara un número porque era un asunto muy grave. Mientras el encargado marcaba el número telefónico las dos personas que fingiendo habían entrado llorando tomaron tarjetas telefónicas y las robaron alcanzando una suma aproximada de $500.-
Un zumbido inapreciable se escuchó desde el cielo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”
Córdoba, 16 de marzo de 2004




Los investigadores de la violación e intento de homicidio de Brisa, la beba de cuatro meses que apareció en un pozo ciego de una casa de San Pedro, sospechan que su mamá la lesionó cuando escondía en su vagina drogas que pretendía llevarle a su marido, detenido en la cárcel de San Nicolás.
Fuentes policiales dijeron a la agencia Télam que se sospecha que la mujer detenida, al igual que una cuñada de quince años y otro joven, utilizaba a la beba de cuatro meses como “mula” para trasladar la droga desde la casa de San Pedro hasta la cárcel en la que se encuentra detenido su marido.
La Nación, 4 de marzo de 2004

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”



El 12 de mayo de 2005, combatientes armados arrojaron una granada cuando los niños salían de la escuela de una misión cristiana en Srinagar, causando la muerte a dos mujeres que habían ido a recoger a sus hijos y heridas a unas 50 personas, incluidos 20 alumnos. Ningún grupo ha reivindicado la autoría del ataque.
El 13 de junio de 2005, la explosión de un vehículo bomba cerca de una escuela de Pulwama provocó la muerte de 15 personas y causó heridas a casi 100. El automóvil explotó cuando los alumnos repasaban para un examen al sol en los terrenos de la escuela. Entre los fallecidos había dos estudiantes, y 10 entre los heridos.
Otra bomba explotó el 20 de julio de 2005 en el exterior de una escuela de Srinagar, cuando al parecer un atacante suicida dirigió su automóvil contra un jeep del ejército, matando a 4 soldados e hiriendo a 17 civiles. El grupo Hizb ul Mujahideen reivindicó posteriormente la autoría de la explosión.
En diciembre de 2004 se prendió fuego a un autobús escolar para impedir la asistencia a clase de alumnos de escuelas del ejército en distrito de Anantnag.
Amnistía Internacional, 26 de julio de 2005

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Ocurrió en tiempos de desamores. En tiempos de todos contra todos.
Ocurrió en Cuzcatanzingo, en los años ochenta, cuando mandaban los militares, los guerrilleros, cuando mandaba el odio.
Se buscaban el uno al otro. Se buscaban y se encontraban. Se encontraban y se mataban. Y peor aún, se mataban y se alegraban.
Fueron tiempos duros. Les tocó a cualquiera, los pobres, los ricos, los pacíficos y los asesinos. Murieron muchos. Murieron todos. Ni uno se salvó. Quedaron sí, algunos vivos, viviendo minimizadamente, arrastrando un eterno dolor hasta el final de sus vidas, y de las de sus hijos. No se salvaron ni los que quisieron. Sembraron odio y el odio creció. Ya nadie pudo cortar un campo tan crecido.
El resultado nunca se sabrá. Sólo se conocen algunos numeritos (poner algunos datos)
Ocurrió en tiempos de desamores. En tiempos de todos contra todos.
Ocurrió en El Salvador, en los años ochenta, cuando mandaban los militares, los guerrilleros, cuando mandaba el odio.

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Un portavoz del ejército declaró que cuatro menores, de entre 11 y 15 años de edad, resultaron alcanzados por disparos el 24 de julio de 2005 en el pueblo de Bangargund, distrito de Kupwara, cuando tropas del sexto batallón de los Rifles de Rashtriya abrieron fuego contra los cuatro adolescentes, a los que confundieron con combatientes armados. Los chicos habían comenzado a correr cuando una patrulla del ejército les dio el alto en una zona cercana a la Línea de Control, que es la frontera de hecho con Pakistán. Los habitantes del pueblo afirmaron que los menores participaban en una fiesta de boda y habían salido a dar un paseo por el pueblo en las primeras horas del domingo cuando los soldados abrieron fuego antes de que los chicos pudieran responder a sus órdenes. Según los informes, no había toque de queda en la zona. Los vecinos afirman que los ancianos del pueblo habían informado al ejército de la fiesta de boda y de que era probable que hubiera personas en la calle por la noche.
Amnistía Internacional, 26 de julio de 2005

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Repercusiones del sorteo

Las monedas
Nosotras nos juntamos, o mejor dicho, otros nos juntaron. Éramos treinta. ¡Qué rara sensación ese día! ¿Quién dice que las cosas no tenemos sentimientos?. Esa noche todos los sentimientos se entremezclaron en nuestro material. Fue rarísimo. Juntas, las treinta, pasamos a ser consideradas, por algunos, del mismo valor que Dios.
Nosotras no queríamos saber nada con la idea de ser parte de este sucio mercado de vender a Dios. Si hubiéramos tenido pies habríamos corrido. No pudimos escapar de aquellas ambiciosas manos. Si Dios moría ¡qué sentido tendría nuestra vida!
Hace unos días el mismo que ahora era entregado a cambio nuestro les había dicho a sus más queridos que den al César lo del César y a Dios lo de Dios. Parece que uno no había comprendido. Había canjeado Dios por dinero. Bien había dicho Cristo, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero. Judas eligió servir al segundo.

La madera de la cruz

Aquellas palabras. Nunca tanta paz en mí como cuando oí aquellas palabras. Cuando era árbol había estado en un bosque en el que no había casi ruido. Un silencio que extrañé siempre desde que fui cortada. Pero, aquellas palabras me dieron mucho más paz de la que tenía en el bosque. Si tuviera que contar a alguien mi historia creo que tendría que dividirla en dos: en el antes y después de aquellas palabras. El dolor de quien estaba crucificado era muy fuerte. Me daban ganas de abrazarle, pero a la vez sentía que Él me abrazaba a mi. Él que ya no tenía más fuerza me abrazaba como uniéndose plenamente a la cruz.
Nunca tanto amor. Nunca tanto dolor. Nunca tanto sufrimiento. Nunca tanta entrega como cuando Él dijo aquellas palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

La túnica

En un momento pasé a ser el centro de la escena. Tenía frente a mi a cuatro soldados aunque sentía que eran más. Veía muchas personas borrosas, vestidas con ropas que no parecían de la época en que vivimos. Todos ellos estaban detrás de los soldados, como queriendo participar del sorteo. Fue un instante, pero parecieron dos mil años, como si ese instante se prolongara continuamente. Fue en un monte pero creía estar en cada rincón del mundo.
¡Ay, fue el momento más tenso de mi vida! Yo extrañaba a Jesús. Quería estar con Él. Tenía frente a mi a muchos que me querían tener pero yo quería estar nuevamente con Él. Lo más terrible fue que yo le veía. Sí, a lo lejos alcanzaba a verlo clavado. En un momento gritó. El grito se escuchó fuerte pero los que me rodeaban pensaban en otra cosa. Tal vez guardaron el mensaje en su memoria, como quien en este momento tiene otras prioridades. Aquellas palabras. ¡Cómo olvidarlas!


María: Una mujer que no quiso comprar un número

Vinieron a ofrecerme hace unos minutos un número para una rifa que se hará en pocos instantes. Dijeron que me podía interesar porque era una túnica de Jesús, mi hijo. Recuerdo esa túnica, yo la había hecho. Era sencilla. Mi Jesús nunca quiso cosas lujosas. Le bastaba con que le sirva para vestirse. Esos negociantes creyeron que le iba a comprar porque era su madre. Habría dado todo por Jesús, pero una túnica… ¿qué es una túnica sin Jesús?
Yo seguía al pié de la cruz. Recuerdo que al poco tiempo de que se fueron los negociantes Jesús gritó unas palabras: perdónalos porque no saben lo que hacen.
Desde la cima del monte Calvario todo era distinto. A unos metros los soldados comenzaban con el sorteo. No veía a los apóstoles por ningún lado. Jesús estaba desgarrando su vida por ellos y ellos caminaban negando conocerle. Yo misma sentía estar en la cruz cuando veía tantas negaciones.
Sólo estaba conmigo Juan. Ya no podía pensar mucho. Tampoco Juan. Sólo restaba acompañar el sufrimiento de mi hijo ahora inmóvil, sediento, agonizante, desfigurado, olvidado, negado…
-No, yo no quiero ir al sorteo. Yo me quedo con Jesús. Hace años le daba de comer y le enseñaba a caminar. Hoy no puede hacer nada de eso. Tal vez mi vocación sea hoy la de estar con Él, a sus pies, acompañando su sufrimiento. No quiero pasar el momento más importante de la historia sorteando túnicas…



Despedida

Quien cuenta la vida de Jesús pone en un mismo renglón la muerte y el sorteo de una túnica, la de Cristo. La entrega total y la tontera brutal, el amor desgarrado y la extrema superficialidad. Los clavos y las monedas. Lo cierto es que ninguno de los cuatro evangelistas obvió el sorteo de la túnica en sus relatos. Quizá lo pusieron todos porque mirando al futuro asomarse en el horizonte encontraron unos cuantos soldados más sorteando túnicas. Unos cuantos que ya no estaban vestidos de soldados, unos cuantos con hábito, unos cuantos con traje, algunos con jean y camisa, otros tantos con bermudas y remeras. Quien sabe si me alcanzaron a ver a mi, porque, de hecho, estaba, estoy, soy uno de ellos, aunque sin quererlo: un participante del sorteo.
Tal vez ni ellos sabían que al relatar el sorteo de la túnica pondrían al descubierto gran parte de la vida del hombre. Buscar cosas, tener cosas, ambicionar cosas, comprar cosas. Buscar preocupaciones, conseguir preocupaciones, tener preocupaciones, preocuparse por las preocupaciones…
Pienso que el camino de purificación exige a diario no participar del sorteo de lo no-importante. Caminar hacia el Calvario al encuentro con Jesús, acompañarle en su muerte, unirse en su resurrección porque de qué sirve ganar al mundo entero si se ha perdido la vida ¿de qué sirve la túnica sin Cristo? No. No, ¡yo no quiero comprar un número!
Así termina una historia, la de cuatro soldados anónimos. Nunca la historia tuvo tanto presente. Nunca el presente estuvo tan estrechamente ligado a la historia como aquel día del sorteo. Nunca el bostezo se encontró tan fuertemente unido al amor. El hombre, o mejor dicho una mayoría de los hombres, bostezando, sorteando túnicas. Cristo perdonando.

sábado, 11 de abril de 2009

Capítulo 2: Lo que sentían los soldados romanos

Lo que sentían los soldados romanos:
un soldado se confiesa


Los otros soldados me pidieron que hable en nombre de todos. Yo no soy poeta ni sentimentaloide pero me preguntan ustedes qué sentíamos nosotros los soldados cuando moría aquel. Cómo contárselo. ¿Qué sentía? Difícil tarea esta de sacar de dentro de uno los sentimientos y ponerlos en la boca para que los otros los entiendan.
Fue una cosa muy rara. Lo más raro de todo comenzó aquella noche, en el huerto de los olivos. Yo me había resistido a ir. Demasiado me atormentaba trabajar con estos no muy comprensibles judíos como para tener que encima hacer caso a sus caprichos de atrapar a uno por la noche. Hoy recuerdo con qué mala gana fui a trabajar. Pero bueno, trabajo tenía y no podía quejarme mucho.
Allá fui, decidido a hacer las cosas rápido, a arrestarle e irme cuanto antes, pero sabiendo que estas cosas de revolucionarios no son siempre tan fáciles, y menos cuando tienen un grupo de seguidores. Precisamente a uno de los suyos teníamos que mirar. A quien él besara nosotros lo arrestaríamos. Era la orden.
Luego del beso entramos en escena nosotros hasta que… hasta que uno de los suyos sacó la espada. Por momentos parecía que la cosa no iba a ser muy fácil pero él, a quien buscábamos, le dijo sin temblar que vuelva su espada a su sitio. ¿Qué hacía entonces yo con mi espada? En un instante se me ocurrió pensar que estaba frente a un loco pero de un loco a quien me venían deseos de seguirle. Dejar la espada… tantas veces había querido dejar mi espada. Pensé luego que este era mi trabajo. No iba a ser tan fácil seguirle, primero porque ya lo estábamos arrestando y segundo porque él no me daría un trabajo estable. Hice de cuenta que en mi interior no había pasado nada. Seguí en lo de antes sin hacerme cargo de lo que me quería movilizar interiormente.
Así pasó la noche. Una noche larga pero tranquila. Él poco hablaba, aunque daba la impresión de que estuviera hablando, o de que hablara sin hablarle a nadie, tal vez a Alguien a quien nosotros no veíamos.
Con Él estuve también al día siguiente. Me pidieron que lo llevara delante de Pilatos. Estuve a su lado mientras Pilatos le preguntaba a los judíos a quién querían soltar. Estuve a su lado cuando Pilatos se lavó las manos. Volvió el recuerdo de aquella noche en que hice de cuenta que nada pasaba por mi interior. También yo me había lavado las manos… la reacción interior volvía, pero ya no me animaba a dar un paso al costado. Después la misma rutina de todos los viernes previos a la celebración de la pascua de estos judíos. Castigarlo por ¿lo malvado? que había sido, agotar la fuerza de sus hombros con un tronco grande que luego será parte de su cruz, verlo cómo cae por el cansancio y finalmente subirlo, clavarlo y esperar…
Algo no terminaba de entrar en mi cabeza ni en la de mis compañeros los soldados: pocas horas antes había estado con sus más íntimos, con los que iban con él para todos lados. De repente nadie. Sólo su madre y un joven a quien no le sé el nombre. Ninguno más. Desde ahí no pude dejar de preguntarme dónde estaban aquellos que le admiraban tanto por los milagros que había hecho.
Por mi cabeza pasaron varias preguntas que quise hacerle a ese hombre que habíamos colgado:


¿Por qué no preguntabas
en el momento de la Cruz
y tan solo tu espíritu
al Padre encomendabas?

¿Dónde estaban en aquel instante
todos aquellos suplicantes?
¿Es que sólo les interesaba curarse
y perderse lo mejor:
por ti salvarse?

¿Dónde estaban los cinco mil testigos
de la multiplicación de los panes
que no gritaban “Soltad a Jesús”
cuando Pilato interrogaba?

¿Dónde estabas, ciego de Jericó
que sanado por Él
en la cruz al Hijo de David
no mirabas?

¿Dónde estabas hemorroisa
que no tocabas el manto del dolor
que padecía aquél que un tiempo atrás
había curado tu dolor?

¿Y tú leproso, paralítico, hijo del centurión?
¿Qué hacían el hijo de la viuda de Naím,
la samaritana, los endemoniados gadarenos
en aquellos momentos en que
de rumbo la historia cambiaba?

Desnudo en la Cruz.
Clavado y sólo.
¿Quién puede entender el por qué de semejante abandono?
¿Quién puede entender por qué nosotros,
los por Ti sanados
nos empecinamos en dejarte solo?

¿Quién como Tú, Señor
que aún dejándote mil veces sólo,
que aún quedándonos callados
cuando en guerras, en la avaricia y en el odio,
te crucificamos
sigues optando por nosotros?


A derecha e izquierda las cruces de los otros dos malvivientes tenían más gente que la suya. A ellos nadie les gritaba insultándoles aún habiendo sido ladrones. Algo no explicaba todo. Algo… ¿pero qué?
En ese momento no lo supe. En medio de la espera nos sentamos los cuatro soldados. Comenzamos a sortear la túnica. Ahí fue el momento del grito. No le presté atención pero hoy, a un tiempo de aquel hecho, lo escucho cada vez con mayor claridad: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Era el momento más importante de la historia. Yo no lo sabía. Los soldados no lo sabían. Tal vez nadie lo sabía. Pensándolo bien sí, Juan y María. El resto cruzamos el acto de amor más grande de Dios sorteando túnicas…

miércoles, 8 de abril de 2009

Va el capítulo 1

Participantes del sorteo

Soldado romano I

-¿Podré comprar dos números? Es que quiero uno para mi y otro para mi señora. Cuadros de Van Gogh, alfombras importadas, copas de cristal…
Pero la túnica de Jesús es mucho más. Sería un buen adorno para el living. Sí, podría estar en la pared frente a la entrada. Luces. Sí, luces. Cuatro spots que resalten la tela.

Georges y Lisa, ¡qué matrimonio fabuloso!. Había costado casarse. Uno no se casa todos los días. Sabían que el casamiento era uno en la vida y por eso querían tener una fiesta fabulosa. Ninguno podía ofenderse. A la fiesta tenían que ir todos. Por eso tuvieron que ahorrar.
Nada faltó en la fiesta. Con lo que se gastó para el vestido de Lisa varios chicos habrían podido comer por largo tiempo. Georges no tenía un traje de menor precio. Había costado traerlo a su país pero… ¡era el casamiento!. La comida espectacular. Los invitados, como se dice, elegantísimos. ¿El salón?, ninguno mejor en la ciudad. No podía faltar la Limousine, el ramo de flores, los anillos, la gira por todo el mundo como luna de miel…
El tiempo fue pasando y el matrimonio trepaba en ese invento que se llama clase social. Comenzaron a relacionarse con gente de mucho dinero de la ciudad, a moverse en ambientes donde uno no podía dejar de mostrarse a los demás. La casa debía ser cada día más lujosa. Los autos espléndidos. Los hijos tenían que ir a colegios de la “alta sociedad”.
Se iban dando cuenta que cada día para ellos vivir no era vivir, era mostrarse vivos. Vestir con ropa nueva siempre, nada de usar un mismo vestido en dos fiestas. Pintarse y perfumarse… como producirse para ser bien vistos.
Trabajaban, sí. Compraron acciones en la bolsa. Compraron departamentos para rentarlos. Georges llevaba la gerencia de la empresa viento en popa, aunque le costaba sacrificio. Trabajar doce horas al día no era poca cosa. Lisa tenía unas cuantas horas en el ministerio y luego en su estudio contable. Era un esfuerzo para los dos pero gracias a eso podían llegar a tener la casa con todo lo de última generación, el automóvil último modelo, los perfumes y la ropa de moda.
Sus hijos estaban bien. Los cuidaba una niñera que los mandaba a la escuela, a golf y a la academia de idiomas. Iban juntos siempre hasta que un día…



Los negociantes de la túnica creyeron conveniente no dejar de lado a Georges y Lisa. Ellos habían armado su casa con piezas de mucho valor, cuadros de Van Gogh, esculturas costosísimas y qué decir de los muebles. El matrimonio invitaba a todos los conocidos a ver sus obras de arte. Sí, los negociantes no titubearon, seguramente Georges y señora querrían participar del sorteo.
Era un viernes santo. El chofer los llevaba hasta el lugar del sorteo. Las expectativas en los dos crecían. Las ansias por tener la túnica de Jesús eran cada vez más grandes. Sonó el teléfono móvil de Lisa. Su localizador de llamada no reconocía el origen de la llamada entrante. Era la policía que debía darles una noticia…

Georges y Lisa no olvidarían aquel 8 de abril. Charles, su hijo mayor nunca había conocido realmente a sus padres. Nunca los veía. Siempre estaban trabajando, o en reuniones, o habían salido a cenar a lo de otra familia. Se sentía sólo. Siempre se había sentido sólo pero no se lo decía a nadie. Ese día no aguantó más, no sabía para que vivía y eligió irse de este mundo…
Georges y Lisa solo pudieron llorar pero su llanto no bastó para volver a tener a Charles en su casa nuevamente. Era tarde, ya nada se podía hacer. Más que tarde. Era de noche, una noche como esas del campo. Noche sin luz, nada de luz. Pasó la vida de aquel “Jesús” sin que ellos se terminaran de enterar de que había nacido. Pasó la vida, Charles se despidió de la vida mientras sus padres estaban sorteando túnicas…


Soldado romano II

-Sí, dale, por favor, comprame un número a mí. Aunque no te guste al menos hazlo por mí, podría mostrársela a mis amigos de la parroquia…

La entrada de Jessy al grupo misionero no llamó para nada la atención. Con sus quince años recién cumplidos Jessy era una chica muy buena que siempre quería hacer algo en favor de los demás. ¡Ay, tan pocas chicas conocí con tanta disposición al trabajo y al servicio como ella! No uso sombrero pero si usara me lo sacaría frente a ella. Sí, lo que le pides lo hace. Siempre disponible. En el grupo nos juntamos los sábados y compartimos la misa el domingo por la tarde y ella es una de las que nunca faltan. Todos estábamos muy contentos con ella hasta que…




Mark es un chico ya no tan chico. Siempre está en el boliche de moda. Tiene 30 años. Un día nos enteramos que Jessy salía todos los sábados a la noche a los boliches. Quienes la vieron nos dijeron que no era la misma querida Jessy de la parroquia. Allí conoció a un chico bastante más grande que ella. Aunque era muy grande podrían ser amigos, dijo para sí misma.
Todo en marcha para el Vía Crucis. Ya habíamos repartido los actores. Jessy haría de María. Le quedaba bien el papel. Se manejaba en el escenario con una dulzura admirable.
Mark invitó a sus amigos a la casa de campo para pascua. Él “aprovechaba” cada fin de semana largo para irse. Jessy, su nueva amiga, no se animó a decirle que no y emprendió el viaje el miércoles santo. Mientras iban de camino unos conocidos de Mark se acercaron a él y le ofrecieron comprar un número para la rifa de la túnica de Jesús. Mark hizo cara de desprecio y le dijo: “no me vengas con tonteras, gasto plata en cosas más importantes”. Jessy estaba a su lado y muy tímidamente le dijo a Mark que era la túnica de Jesús, que por favor le comprara un número, que al menos lo hiciera por ella.
Era viernes santo. Nos íbamos a juntar a las 13:00 hs. A las 14:00 hs. comenzaríamos el vía Crucis para que la representación de la muerte de Jesús coincida con las quince horas, como dice el relato bíblico. Todos estábamos muy entusiasmados. Nos veníamos preparando con mucha anticipación. Era una de las misiones que habíamos querido hacer con el grupo misionero: hacer que la gente viva una profunda semana santa. Ya estábamos todos menos…



Jessy y Mark emprendieron el camino para ir al sorteo de las 15:00 hs. Yo era el responsable del vía Crucis. No encontraba a Jessy por ningún lado. Nadie sabía donde podía estar. Todos la habíamos visto en el ensayo del martes y ya no tuvimos más noticias. El público esperaba. Faltaba la virgen María. Faltaba la que acompañaba fielmente a Jesús en su muerte. Fue horrible tener que hacer el vía Crucis sin María.
Un sorteo. Sí, el sorteo de la túnica de Jesús. Está bien, pero ¿qué valor tiene una túnica ante la fidelidad de acompañar a Jesús hasta su muerte? Jesús moría. Jessy pasaba la oportunidad de ser fiel a Cristo sorteando túnicas…

Soldado romano III

-¡Nada más y nada menos que la túnica! Pues yo quiero un número. En la parroquia podría colgarla y preparar un sector para que la gente entre y la conozca. ¿A cuanto está el número?

Roberto es el nuevo curita de la parroquia. La gente comenta todo el tiempo que es muy joven pero que tiene mucha capacidad para movilizar a los fieles. De hecho, no había pasado todavía un mes que ya había organizado una peña a favor de los pobres, una feria de platos y un torneo de fútbol. “Parece que nos va a tener trabajando y en serio”, comenta la gente con un tono de alegría y orgullo. “Que bueno, este sí que es un cura de veras no como el otro que…”
Y Roberto siguió adelante, feliz de estar a cargo de una parroquia en la que todos le querían. Trabajó y duro. En pocos años se preocupó de juntar fondos para la capillita nueva, terminó la construcción del gimnasio, instaló quince comedores, tres hogares para niños y… bueno, ya perdí la cuenta, unas cuantas cosas más.
-Una maravilla este curita, viste cómo nos dejó nuestra sala de trabajo. Y pintada con colores bien lindos –comentó doña Elsa.
-Un gimnasio. Un excelente gimnasio. En estos tiempos no se puede vivir sin uno de ellos. Y todo gracias al curita –dijo el nuevo profe de educación física.
Pero el tiempo pasó y Roberto se daba cuenta de que las necesidades aumentaban. “El país está cada vez peor y yo tengo que hacer algo” era la frase que solía repetir mientras manos a la obra se ponía a trabajar buscando fondos. Sana intención la del curita. Sana, por cierto, pero…
El curita fue dejando la oración. Sabía que era importante pero había tantas cosas importantes… “el país está cada vez peor y yo tengo que hacer algo”. Los sermones de las misas eran aplaudidos por todos pero ya Jesús no era nada para él. No encontraba a Jesús presente en ningún lado. ¿Cómo puede ser si por Jesús él se había hecho cura? ¿Por qué ahora no estaba Jesús? Roberto empezaba a sentirse desconcertado. Pero Jesús no estaba jugando a esconderse. Jesús no estaba en la vida de Roberto simplemente porque éste ya había dejado de buscarlo.
Llegó entonces el viernes santo. Qué mejor día que ese para promover el sorteo de la túnica de Jesús -dijeron los negociantes. “Ah, también invitemos a Roberto, el curita joven, quizá le interese”
A Roberto le pareció bien la invitación. Ya había hecho de todo en la parroquia y sólo le faltaba tener algo de Jesús para que la gente estuviera cien por ciento contenta. Dedicó su día a eso. ¿Y Jesús? No era Jesús la túnica ¡pero la túnica se sorteaba sólo ese día! Jesús mañana también iba a estar. Cuando iba camino hacia el sorteo pensaba cuántas cosas haría si se ganaba la túnica. De fondo, como un zumbido de irreconocible origen, escuchó un grito… “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Roberto no llegó a darle importancia porque no reconoció la voz. Sin saberlo ya de nada le servía una túnica. Importaba el dueño, el mismo que moría mientras él se la pasaba sorteando túnicas…

Soldado romano IV

-Mmm, ¿túnica de Jesús? Sí, tal vez, aunque… ¿qué provecho podría sacar de ella? Ehh… No lo sé. Bueno, sí, es una cosa rara y lo raro me gusta cada vez más, así que… me llevo un número.

Debian Shultz es un estudiante de abogacía. Cursa tercer año pero comenzó la facultad hace seis. “Está bien –dice- yo voy a mi ritmo sin dejar nada de lado”.
Su vida comenzó concretamente en la secundaria. Él mismo dice que antes era un pobre papanata pero que cuando inició la secundaria la vida se hizo vida porque comenzaron los boliches, las mujeres, la bebida y…
A Debian le pasó lo mismo que a mí -dice John. Sus padres quisieron que no salga mucho a los boliches porque había mal ambiente pero él, como todos los que somos adolescentes, quiso hacer la contra. Luego, Debian y yo, John, entramos en un círculo que no pudimos frenar…
Círculo. Sí. Círculo. ¿Alguna vez pensaron que irreales son los círculos? No existen pero uno le da más importancia a ellos que a lo importante. Lo mismo nos pasó a nosotros, comenzamos a frecuentar los boliches en la secundaria. Un día hasta las tres, al mes siguiente pedimos que nos dejen hasta las cinco porque recién ahí se ponía bueno. Cada uno de nosotros, frente a sus padres, tuvo que patalear un poco y llorar para que nos dejen, pero con llantos y gritos lo conseguimos.
“Quien dijo cinco regresó a las seis” era el lema de las primeras idas a los boliches. Allí conocimos muchas cosas nuevas. El primer trofeo con que nos encontramos fue el alcohol ¡qué manera de hacer tonteras! El reencuentro del día siguiente mantenía la misma rutina. Llegábamos y nos contábamos cómo nos había costado entrar a cada uno a su casa.
Después aparecieron en el círculo otros personajes más. Los que vendían un “porrito” que a su vez nos presentaron a otros. Ustedes saben cómo es esto. Estar en el boliche te hace sentir muy bien, entre comillas. Con el tiempo empiezas a creer que el boliche es la realidad y que el resto de la vida es mentira. Lo mismo le pasó a mi amigo Debian. ¿Estudiar? Sí, pero a su ritmo. ¿Trabajar? No, esto de tener horarios no le convencía del todo, y por eso trató de que sus viejos lo mantengan hasta que se cansen. ¿La familia? Pasó a ser un grupo de personas que vivían en un mismo “hotel”: comer, dormir y cambiarse de ropa.
Recuerdo que siempre Debian me decía que cada día se iba dando cuenta de que a sus padres los quería mucho y que era un poco injusto con ellos. Recuerdo también que un día le dije que se acerque a ellos, les pida perdón y les exprese el cariño que les tenía. Yo agaché la cabeza cuando me contestó que en este tiempo no podía, que tenía muchas ocupaciones, vender tarjetas para el boliche, juntarse con sus amigos y amigas y mantener los contactos encendidos para cuando necesite del favor de alguno de su círculo de conocidos.
Alguien le dijo a unos negociantes que Debian era uno de los chicos más famosos de la ciudad. Un viernes al mediodía fueron a buscarle en el bar que está frente a la plaza, donde siempre solía estar. Le ofrecieron comprar un número para el sorteo que se realizaría a las 15:00 hs. cuyo primer premio era la túnica de Jesús. Él dudó un poco pero terminó comprando.

En la estación de servicio ocurrió algo terrible. Un hombre había bajado de su automóvil y miraba el surtidor mientras esperaba que termine de llenarse el tanque de combustible. Otro hombre entró corriendo, encapuchado, y, con un cuchillo en su mano lo clavó sobre Peter Shultz, robó su billetera y escapó corriendo.
A pocos minutos de la hora indicada Debian decidió cambiarse de ropa para ir elegante al sorteo. Él sabía que iba a ir gente de mucho dinero y no podía vestirse como un cualquiera. Llegó a su casa y encontró un papel sobre la mesa. Enseguida pensó que era su mamá que le dejaba otra nota, como siempre. No la quiso leer para no llegar tarde al sorteo. La tomó consigo, se cambió de ropa y yendo de camino hacia el lugar del sorteo la leyó:

“Querido hijo, he estado tratando de localizarte pero no pude encontrarte. No sé cómo afrontar lo que tengo que decirte. Nunca estuve ante una situación tan difícil. Con un terrible dolor tengo que decirte que tu padre ha muerto. Te explicaré todo con más detalles. Estamos en…
Te quiere mucho. Tu madre…”

Cayó al piso. Aunque ganara el sorteo tampoco la túnica del mismísimo Jesús lograría consolarlo. Ya nunca los tendría a los dos para decirles cuanto los quería. A su padre nunca se lo dijo ni se lo dirá. Se dio cuenta de que mientras su padre moría él vivía su vida sorteando túnicas…

martes, 7 de abril de 2009

Un libro que escribí hace años...

Paseando por archivos de cosas escritas recordé mi pequeño librito escrito en el 2005.
Se llama sorteando túnicas. Como se está aburriendo ahí guardado lo subo poco a poco en estos días en el blog... tal vez en internet se sienta más cómodo...
Va así... como lo dejé hace años... sin revisar... cargaré todos los días un poco



Todo comenzó en una misa. Todos bostezamos. Fue una seguidilla de bostezos. Quizá fui yo quien bostecé más que todos. La llave térmica de mi corazón saltó deteniéndolo por un segundo. La cabeza le hizo una pregunta ¿en el momento más importante de la misa bostezas? Y el corazón respondió: será que anoche me acosté tarde, estuve como sorteando túnicas…



Sorteando Túnicas


A mi amigo silencio,
hablante por dentro.



Pórtico

-¿Qué haremos con esta túnica?
-Somos cuatro, pues en cuatro la dividamos –dijo uno.
Como un susurro se oye a lo lejos “perdónalos porque no saben lo que hacen”.
-Podría servir para cubrir nuestras lanzas –propuso el segundo soldado romano.
Como un susurro se oye a lo lejos “perdónalos porque no saben lo que hacen”.
-No es gran cosa, por mí quédensela –opinó el tercero.
Como un susurro se oye a lo lejos “perdónalos porque no saben lo que hacen”.
-¿Y si la sorteamos?
La opinión del cuarto soldado convenció a todos. En el fondo el mismo susurro: “perdónalos porque no saben lo que hacen”.


Así vivíamos los hombres el momento más importante de nuestras vidas: sorteando túnicas. Esta es la historia de cuatro soldados que se sentaron un viernes en torno a una túnica para sortearla mientras esperaban que muera un hombre llamado Jesús, clavado en una cruz. De esos cuatro que por momentos somos seis mil millones, que de a ratos somos el mundo entero. De esos cuatro de los cuales estamos colgados casi todos los habitantes de la tierra.
La historia que pretende contar este relato es un rejunte de historias de hombres que nos damos cuenta que a menudo elegimos sortear túnicas. Tal vez sea mentira esto de que lo pasado pisado. No. Lo pasado vuelve a pasar. Quizá los personajes sean distintos, aunque los trajes… nunca faltará un soldado romano, un Pedro, una multitud que grite crucifíquenlo, unas monedas, una madera donde sea clavado.
Pongo en marcha el sorteo. Quien consiga el primer premio llevará la túnica del mismísimo Jesucristo ¿Alguno de ustedes quisiera comprarme un número?
Agustín Fontaine
Cuaresma de 2004

Ramos en Domingo de banderas

Por cosas de la vida terminé yendo a misa de Domingo de Ramos a una Iglesia sin jóvenes y sin juventud... que es mucho peor. El caso es que llegó el momento de levantar los ramos para que sean bendecidos. Yo quedé desconcertado porque fue un momento sin emoción.
Entre desconciertos comencé a pensar en el símbolo: Olivos eran los árboles de la zona y entonces los cristianos sacaban eso para alabar.
Pensé mucho en el gesto y minutos después fui a terminal de Retiro, en Buenos Aires. De repente me topé con cientos de hinchas de Boca que bajaban del tren para tomar el colectivo a la Bombonera. Entre los hinchas... cruzaban banderas listas para moverse horas más tarde.
¿Y si en domingo de ramos moviéramos banderas? Pienso qu sería más parecido a la sensación de aquel primer domingo de ramos.. Seguro que encontraríamos de todo: "estamos con vos Jesús", "te hacemos el aguante", "Jesús sos mi vida", "sos lo más" "contá con nosotros hasta el final"