miércoles, 29 de octubre de 2008

cuando la memoria falla... una mamá cuenta... y contando dice...

Hace unos días mamá escribió esto para contar a amigos que yo hacía la profesión. Se los comparto...

Desde el noviciado a sus 21 años, segundo de su formación, nos decía en una carta respecto al camino elegido de hermano coadjutor:
"...Los invito a contemplar más de cerca la curación del paralítico para lo que antes de seguir les pido lean Lc 5,18-26. Aparecen varios personajes, los que más resaltan son Jesús, el paralítico y los escribas y fariseos. Sin embargo aparecen también unos hombres que cumplen su función y luego desaparecen del mapa. Eran sin duda amigos de aquel que necesitaba ser sanado por Jesús. A pesar de la mucha gente ellos no quieren atropellar a nadie, solo quieren acercar a aquel joven de fe para que pueda recibir el perdón y encontrarse con Jesús. Esto lo hacen con la cratividad inmensa de subir con una camilla y una persona en ella al techo y con el sacrificio escondido del que no espera ni recibe aplausos. El coadjutor no hace las veces de Cristo en el ministerio ni da el perdón, tampoco es el paralítico, si en cambio, aquel que hace que Cristo y el joven se puedan juntar, y así actúe la Gracia de Dios que salva".
Eugenia (esa es mi mamá) escribió para no olvidarla, una historia de Agustín a los 4 años.

Ese nene….

Había una vez un nene de 4 años, siempre callado y tranquilo. Difícilmente se enojaba. Jugaba mucho con sus hermanos y le gustaba ir a la casa de sus abuelos.

Ellos, como tantos abuelos, establecían códigos de comunicación con sus nietos, creando magia, picardía y complicidad; haciendo que ese vínculo se convierta en uno de los más sagrados vínculos que construyen personas.

Saben que unos caramelos encienden rostros, convierten muecas en sonrisas y son las llaves para diálogos profundos que van cambiando vidas de dos generaciones que parecen incompatibles.

Estos abuelos guardaban caramelos en diferentes cajitas que colocaban estratégicamente al alcance de sus nietos. En ellas había caramelos que aparecían después de almuerzos o cenas, nunca después de lavarse los dientes, ni antes de tomar la leche y en medida acorde a la cantidad de nietos, cuidando estómagos y buenos hábitos.

Un día desaparecieron todas y las reemplazaron por una lata de leche Nido y los caramelos… por un caramelo.

El nene miraba, buscaba, disimuladamente y entre broma y broma, juego y juego, con sus abuelos llegó a la lata, la tomo en sus flacuchentos brazos y la abrió.

Encontró el caramelo, y preguntó tímidamente si era para él y si lo podía comer. Sus abuelos divirtiéndose le dijeron que sí y el nene lo guardó en el bolsillo

-Cómo? No te lo vas a comer?- le preguntaron un tanto sorprendidos . Lo encontró, lo hizo suyo y no lo come, pensaron.

Y él, con brillo en sus ojitos negros, profundos y hundidos, una gran sonrisa y una certeza que parecía increíble contestó:-

-Sí, lo voy a comer, cuando venga mi mamá y mi papá y mis hermanos Meli, Seba y Martín; y la mamina y Lalo y Betti, y Nené y mi primo Gastón Pablo que es grande y los chicos de la guarde y el viejito que me saluda y… también te voy a dar a vos abuela y a vos abuelo……- Ese caramelo no encerraba la posibilidad de acabarse. Tenía dimensión de Amor y Misterio .

Hace muchos, muchos años cuando los abuelos que eran mi mamá y mi papá , me contaron este episodio, se me ocurrió escribirlo para ayudar a la memoria. Hoy quiero compartirlo con ustedes.

Ese niño ha crecido, tiene 28 años. Es nuestro hijo Agustín. Está convencido que la vida es como aquel caramelo, cobra verdadero sentido si es para darla, para compartirla. Está convencido que la vida no encierra en ella la posibilidad de acabarse. Tiene dimensión de Amor y Misterio

El Buen Padre ha puesto, de manera especial, su mirada en él y él ha dicho "SI"

martes, 14 de octubre de 2008

padre-hermano-amigo


Papá Guillermo y mamá Eugenia… y mis hermanos Meli, Sebastián y Martín. Allí nací y allí crecí. Y en el Pío Décimo crecí. Y en Villada crecí. Allá… y allí… recibiendo pinceladas del cariño de Dios crecí. De esas pinceladas que hicieron mi vida cuento sólo tres, y un alrededor que las enmarca.
Madrugada de enero, madrugada soleada y salimos. Con papá salimos. A la montaña salimos. Yo tenía apenas cuatro años. Caminé un largo tramo y finalmente ya no pude. Papá me alzó sobre sus hombros y llegamos a la cima desde donde se veía el paisaje. Un padre… eso es un padre: alguien que te sostiene en los momentos de cansancio para que no pierdas, nunca pierdas, el paisaje que vale la pena mirar.
Tarde de 1987. Yo tenía apenas siete años y poca memoria. El hermano Gastón Fontaine viajaba como misionero a Angola. En mi borroso recuerdo aparece una despedida. En la despedida sus primos tenían un corazón de cartulina roja. Un corazón entregado –me dije. Sí, eso. Un hermano es alguien que tiene un corazón entregado.
Una adolescencia. Una juventud. Un refugio. Un amigo es un refugio o esa llave que en tiempos de duda abre a la esperanza. Los amigos dijeron –y gritaron animate a dar un sí. Y en la respuesta de hoy están ellos.
Un padre, un hermano, un amigo… y entre días de amor y días de color, una sed. Sed de Dios, sed de amor. Un Jesús clama a Dios. Y un hijo sediento al andar montañas, sediento al entregar el corazón y finalmente sediento, tercamente sediento, a compartir y celebrar la amistad.

En los deseos de un padre, de un hermano y de un amigo pido servir a Dios toda la vida en la sociedad salesiana para llevar a plenitud la consagración bautismal.